VALÈNCIA. Durante décadas, el graffiti en València ha ocupado un lugar marginal, tanto en el espacio urbano como en el relato cultural de la ciudad. Lejos de los focos institucionales, sus trazos han quedado inscritos en muros, vagones y naves industriales, visibles solo para quienes decidían mirar. Ahora, Una historia de graffiti en València, editado por Osadía Ediciones y concebido por Nero —también escritor de graffiti—, ofrece una panorámica inédita de esta escena.
La publicación reúne imágenes y testimonios de 21 escritores que han sido clave para entender la evolución de esta práctica en la ciudad —estos son: Fuelle, Ove, Dafne Tree, Rude, Bacin, Ducon, Clapa, Toner, Ston, Raúl 7, Lehs, Tone, Luce, Derk, Jonas, Erba, Akor, Zhie, Time, Kinky, y el propio Nero. El proyecto surge de una carencia: en València apenas existían registros sólidos que documentaran esta vertiente del graffiti basada en la escritura de letras. Nero recuerda que, hasta ahora, “se habían hecho recopilaciones en fanzines o revistas más efímeras”; pero ningún volumen había abordado con tanta amplitud y detalle la trayectoria de quienes han seguido fieles al gesto fundacional del graffiti: firmar. “Yo lo que he buscado son artistas que utilizaran las letras, que no dejaran de poner su nombre”, resume.
Una de las claves del enfoque está en la terminología. En lugar de hablar de graffiteros, Nero prefiere el término escritores, tal como se originó en Nueva York (“al fin y al cabo el origen del graffiti es poner tu nombre en una pared”). Esa voluntad de preservar una identidad diferenciada respecto al muralismo institucionalizado atraviesa todo el libro. “Perfectamente podría haber hecho una recopilación de muralistas, que es lo que está en boga. Poner el nombre sobre una pared es lo que ha seguido en los márgenes”, afirma.
El volumen se configura como una fotografía concreta en el tiempo, tomada entre 2020 y 2023. “Es una fotografía muy puntual de lo que se está haciendo en ese momento. Aunque es cierto que es gente que pinta durante tiempo atrás y sigue haciéndolo actualmente”, detalla Nero.

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Aún con estilos personales muy distintos, los autores seleccionados comparten una sensibilidad común: una aproximación despreocupada, incluso lúdica, al acto de pintar: “Todos ellos tienen una mirada muy desenfadada de pintar sin necesidad de estar contento con el resultado, sino más bien del proceso de pasarlo bien; de trabajar un poco como niños, sin importar que la línea no sea perfecta, que haya un goterón; de no utilizar un boceto o simplemente de hacerlo de una manera rápida y luego plasmarlo”.
Ese espíritu se refleja también en la portada y en el diseño general del libro, concebido como un objeto contundente, donde las imágenes tienen un peso central. Fuera de hacer un análisis académico, esta genealogía habla por sí misma a través de las fotografías con las obras de los artistas. A cada participante se le pidió una selección de cinco fotografías, una de las cuales debía mostrar el entorno —“porque cuando uno va a pintar se encuentra en parajes a los que la gente normalmente no acude y te encuentras cosas que pueden sorprender: un vertedero, un cráneo de un animal, o un bote de pintura que se te ha caído y ha creado un gran charco de color rojo—.
También se les formulaba dos preguntas: ¿Cuándo fue la primera vez que viste pintar a alguien? ¿Cuál es tu zona preferida para pintar en València? Sobre la primera: “Ver a alguien expresarse de manera libre ante una pared, sentir por primera vez que puedes pintar en la calle, es algo que marca a persona que luego se dedica a ello”. Sobre la segunda: “Parece más plana, pero era una manera de reivindicar los barrios de València. De dónde procedes o dónde te gusta pintar define muy bien a la persona que se enfrenta a la pared”.
Una historia valenciana
Aunque el graffiti se ha globalizado y las redes sociales han homogeneizado estilos, Nero reivindica las particularidades locales. En el caso valenciano, sitúa un punto de origen en los años noventa con la figura de Nova, que viajó a Nueva York y trajo influencias directas —“utiliza una legibilidad bastante clara, a diferencia de, por ejemplo, en Madrid, que utilizaban letras más confusas”. El clima también ha sido un factor determinante: “Propicia mucho el estar en la calle y los días largos”.
El graffiti no solo es una práctica artística, sino que tiene implicaciones políticas, que tras años de una superficial criminalización, han ido despejándose. Una de ellas es que, aunque sea una manifestación nacida desde lo individual, “muchas veces se pinta en grupo para pasar una mañana o pasar un buen rato y se crea esa simbiosis entre las personas que pintan”, por lo que es un acto colectivo que crea escena e identidad.

- Tima. -
Otra: que más allá de estilos y técnicas, lo que permanece es una forma de ocupar el espacio con libertad. “El hecho de que una persona ponga su nombre en la calle y tome para sí el muro hace que le pertenezca un poco más. Es como decir aquí estoy, podéis observarme”.
El autor no oculta que el graffiti implica contradicción y conflicto con los usos normativos del espacio público. Y aunque no todos los escritores incluidos en el libro sean plenamente conscientes de su dimensión política, reconoce que, con el tiempo, esa conciencia suele llegar: “Creo que cuando uno empieza a pintar no tiene esa perspectiva y hace de una manera un poco inconsciente, o como un simple acto de rebeldía. Pero al tiempo uno descubre y sabe que, de algún modo, está contradiciendo todo lo establecido respecto al espacio público”.
Más que una genealogía estricta, Una historia de graffiti en València propone un mapa emocional de la escena en València: desde las afueras hasta los túneles, desde la infancia hasta la persistencia adulta. Y en la expresión mínima, la de escribir un nombre, se recupera la raíz de una práctica que sigue siendo subversiva con un gesto simple.
La publicación se presentará el sábado 17 de mayo a las 12:00 en Lanevera.