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Crítica de cine

'Los Tortuga': con el duelo a cuestas

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VALÈNCIA. Han pasado cinco años desde que Belén Funes debutara en el largometraje con La hija de un ladrón, una ópera prima a flor de piel, tan cruda como repleta de honestidad en la que sentaría las bases de su estilo y de su mirada. Su sensibilidad para retratar el sentimiento de ‘otredad’ y el desarraigo, así como su capacidad para acercarse a la realidad de la clase trabajadora de manera transparente y dolorosa sin recurrir a recursos tremendistas, se hicieron patentes en esa primera obra. 

Ahora, Funes confirma su extraordinario talento con Los Tortuga, una película en la que crece como cineasta, un trabajo que no repite patrones porque que se mantiene fiel a su esencia al abordar la precariedad instalada en nuestra sociedad de forma más poliédrica y expansiva.

El núcleo del relato de Los Tortuga se asienta, como en su debut, en las complejas relaciones familiares. La relación entre la madre y la hija es el centro de la narración, una relación agrietada por la distancia que ha impuesto la muerte del padre. Cada una ha afrontado el duelo de manera distinta: la madre permaneciendo anclada en el pasado, incapaz de aceptar la pérdida, mientras que la hija lucha por encontrar su identidad en un entorno económico que apenas deja espacio para sueños, perennemente marcado por la necesidad de supervivencia.

Funes logra conectar diversos elementos de forma casi invisible, llevando al espectador desde las historias de aquellos que migraban a Barcelona con la casa a cuestas —los llamados ‘tortuga’— en busca de un futuro mejor, hasta el acuciante problema de la vivienda en el presente. Pasado y presente se dan la mano sin necesidad de subrayados, mostrando que, aunque estas cuestiones son cruciales para el destino de los personajes, no los definen ni limitan completamente su humanidad o su capacidad de soñar.

La joven protagonista podría mantener vínculos autobiográficos con la propia Belén Funes. La chica desea estudiar cine, pero se enfrenta a la cruda realidad de una falta de recursos que le obliga a replantearse su futuro inmediato. Todas estas cuestiones están orquestadas meticulosamente en un guion que rehúye del artificio. La construcción de los personajes, de sus relaciones y de los problemas que los afectan se integra de manera orgánica, dejando espacio para la emoción, la reflexión y, sobre todo, la dignidad humana.

La película encuentra su fortaleza en las interpretaciones magistrales de su elenco. Las actuaciones de la veterana Antonia Zegers y de la debutante Elvira Lara resultan memorables. Zegers aporta una profundidad emocional resonante a su personaje, mientras Lara infunde a su papel una frescura y sinceridad que cristalizan la lucha interna de su personaje. Este nivel de actuación eleva la obra, dotándola de ese realismo y humanidad que Funes busca captar en cada toma.

Funes, evitando los clichés y estereotipos del cine social convencional, ofrece una perspectiva que se siente honesta y rigurosa. Para aquellos espectadores que busquen algo más allá de los estereotipos usuales, Los Tortuga es un soplo de aire fresco en el género. Su habilidad para entrelazar habilidosamente los elementos sociales y personales hace que el filme resuene en múltiples niveles.


Uno de los mayores logros de Los Tortuga es su capacidad para provocar en el espectador una reflexión seria y profunda sobre las dificultades inherentes a la vida diaria mientras preserva la dignidad de sus personajes. Belén Funes ha creado un lugar cinematográfico donde emoción y reflexión coexisten, ofreciendo un cine social que rechaza superficialidades, apostando por una exploración genuina de las vidas de sus protagonistas.

Con Los Tortuga, Belén Funes consolida su posición como una de las cineastas más interesantes y prometedoras de la actualidad. Su cine no simplemente describe una realidad; lo vive y lo transmite con toda la crudeza y belleza que puede ofrecer la vida misma. Esta película ofrece una ventana a experiencias humanas profundamente resonantes, anclada en lo específico pero, al mismo tiempo, universal en su alcance emocional. A través de su mirada, Funes nos invita a confrontar nuestra propia comprensión de la otredad y a reconsiderar qué significa realmente atravesar las complejidades de la vida con dignidad y esperanza.

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