De forma más oportunista que oportuna se reedita esta obra escrita en 1939 para anular el nacionalismo vasco tras su derrota en la Guerra Civil
MADRID. Con nombre de gala televisiva de Telecinco en los noventa llega a nuestras librerías ‘Vasconia españolísima', una reedición de una obra escrita en 1939 por monseñor Zacarías Vizcarra y Arana. Tanto el libro como el autor son bien conocidos. El sacerdote vizcaíno fue quien resucitó el término "hispanidad" para sustituir al de "raza" en referencia a los moradores de las tierras que otrora fueron conocidas como el Imperio.
Y éste, su pequeño estudio sobre la españolidad del País Vasco, ha sido citado en numerosas ocasiones en prensa y sus conclusiones son lugares comunes que pueden aparecer en cualquier discusión sobre el conflicto vasco que desde aquí no le deseamos a nadie.
La parte más reseñable de este compendio de datos históricos y citas es su final. Monseñor, rodeado por las ruinas del país aún humeantes tras la Guerra Civil, abogaba por el bilingüismo en Euskadi. Subrayaba que era un error combatir al nacionalismo vasco con "otro error" como prohibir su lengua. Y lo más curioso es que su advertencia no pasó inadvertida. El propio diario ABC fue lo que destacó de su obra en 1941, que no era época de amistad entre los pueblos precisamente, cuando dio noticia de ella
Cada uno que haga los paralelismos históricos que quiera, la realidad es que la editorial Gaudete, cuyo lema es "lecturas católicas para una vida católica", ha decidido rescatar este libro del olvido. En la contraportada dice que todos los escolares vascos deberían leerlo. ¿Y por qué? Pues por si acaso no saben que múltiples nombres de ciudades y accidentes geográficos de toda la península ibérica tienen o tuvieron nombre de origen vasco. Por ejemplo, explica que Zaragoza fue "Zabulda" y Guadalajara, "Arriaca". Igual que nombres como Velasco vienen de "Bela" (cuervo), o García, de "Gaztea" (joven).
Tal y como cuenta el autor, nada de esto es de extrañar. Es muy posible que la lengua vasca fuese la que se hablaba en toda la península antes de los romanos aunque no estuviese enteramente poblada por vascos. Varias razas podían compartirla. Hasta podría tratarse del íbero. Lo que sí que es cierto es que, según Vizcarra, lo que hoy se conoce como vascos, en la cornisa oriental cantábrica, son los descendientes de los vascos que llegaron a acuerdos con los romanos, en contra de lo que comúnmente se cree.
El resto de ‘vascos', que poblaban todo el norte de España desde Galicia hasta Cataluña, fueron exterminados sin piedad a la antigua usanza. O al menos lo fueron los que estaban en edad militar, mientras que los que sobrevivían preferían quitarse la vida por honor antes de ser sometidos. Tal vez ésta sea la cita más hermosa y chispeante que trae la obra:
"Las madres mataron a sus hijos para que no cayesen en manos del enemigo. Un niño, que había encontrado un hierro mató, por orden de su padre, a todos sus parientes y a sus padres. Igualmente una mujer mató a todos los que habían sido apresados con ella. Un hombre, a quien invitaron a emborracharse (sin duda para que se dejase conducir al destierro) se arrojó a una hoguera... Se narra también este ejemplo de la demencia cantábrica, que algunos prisioneros, estando ya clavados en cruces, cantaban el himno de guerra" (Estrabón, Rerum Geographicarum, libro XVII)".
Una de las pruebas de la buena relación con Roma, aparte de textos históricos, es que el territorio vasco estuvo luego atravesado por la vía militar de Burdeos a Astorga, una de las más importantes del Imperio, dice Vizcarra. En cambio, los que no lo tuvieron tan fácil fueron los bárbaros que llegaron del norte, godos y suevos, que encontraron feroz resistencia en este pueblo. No obstante, lo relevante en términos históricos es cuando llega a que Castilla surgió de las entrañas de Euskadi. Era la primera línea de castillos en tono al territorio vasco de Alfonso I. De hecho, cita en un capítulo que el primero que escribió en lengua castellana fue un vasco, el autor de las Glosas Emilianenses.
"De aquí se deduce que el escritor más antiguo de lengua castellana es también el escritor más antiguo en lengua vasca: que ambas lenguas nacen juntas para la historia literaria en el mismo momento y que su autor, como símbolo de unión entre Castilla y Vasconia, es un vasco residente en Castilla"
El romance entre castellanos y vascos, descendientes unos de los otros, es narrado con profusión apoyado en múltiples citas y anécdotas. La parte más simpática es cuando subraya que los vascos lucharon contra el separatismo de una joven y díscola Castilla. Por otro lado, también documenta que el Reino de Aragón nació en Vasconia y un vasco, Ramiro I, fundó su dinastía de reyes.
Además, la participación posterior de los vascos en la Reconquista también fue intensa, con hazañas como la toma de Sevilla o la conquista de las Islas Canarias, empresa vizcaína, cuyos marinos le metieron candela a los aborígenes isleños. Y luego ya llegaron las conquistas de Perú, Flipinas, Paraguay, todas a manos de vascos, y también Blas de Lezo, Churruca, o San Ignacio de Lozoya, padre de la Contrarreforma que tanto nos ha configurado como pueblo amigo de lanzar una cabra desde el campanario el día de la patrona.
El caso es que lo vasco no sería otra cosa que el corazón de ese país llamado España. El germen, la madre patria. En el libro no se cortan: "Lo más español de España". Entonces ¿dónde estaría el problema, que no se ven muchas rojigualdas colgando de los ayuntamientos de tan española tierra? Pues para monseñor todo comenzó con la Revolución sa y la aparición en el País Vasco de los correspondientes ‘asados'. Luego, cuando Napoleón invadió el territorio, trató de dividirlo negociando con ellos como una nación oprimida por "el ministerio de Madrid". Según sus investigaciones, los apellidos de aquellas familias asadas, coinciden con los que luego fundaron el nacionalismo vasco.
Una ideología que, además, venía alentada desde Moscú, nada menos. Monseñor también pudo acceder a una carta interceptada al Gobierno republicano en la que los soviéticos les recomendaban aliarse con el nacionalismo católico, una táctica que ya les había dado muy buen rendimiento en Irlanda contra los ingleses.
Una pena el final tan fantasioso, incluso surrealista, orientado completamente a los postulados de la propaganda franquista de la época. De hecho, en buena parte se queja de que se hagan llamar vascos los seguidores del lehendakari Aguirre y se pregunta qué son entonces los navarros que lucharon mayoritariamente en el bando nacional de sus amores. Hasta ese punto la lectura era bastante divertida, teniendo en cuenta que para mucha gente actualmente vasco y español son dos adjetivos antagónicos. Tiene morbillo leerse poemas del siglo XVII como éste:
¡O Vizcaya Cantabriana,
Acedemia de Guerreros,
Origen de Cavalleros,
Donde toda España mana!
Pero la explicación simplista del conflicto chafa la lectura final (tampoco había muchas esperanzas teniendo en cuenta quién y para qué lo escribía). Sobre todo porque a la situación actual no se ha llegado porque nos envenenaran el país los ses y los soviéticos. Es un pecado bastante común de las ideologías autoritarias buscar la causa a los problemas internos fuera de las fronteras.
Los escolares vascos y españoles también podrían estudiar los estragos que causó en el País Vasco la crisis del Antiguo Régimen a finales del siglo XVIII y principios del XIX. De la confrontación de intereses de los pequeños agricultores, los terratenientes, la burguesía comercial y el Estado en las provincias vascas surgieron las guerras carlistas y luego el nacionalismo abertzale.
Si cambiamos los actores y donde dice Estado, ponemos UE, la situación histórica no es muy diferente de la que vive actualmente Europa. Y de ahí igual sí que podrían aprender algo útil. A día de hoy, hacer mella en el nacionalismo vasco remontándose a los ancestros es como convencer con argumentos a Tomás Roncero de que, en realidad, es del Barça.