VALÈNCIA. Tampoco es que nunca en la historia el saber o la razón hayan ganado la partida, pero es que ahora el sueño de los nerds, de los cerebritos, de los listos de la clase, se ha desvanecido abruptamente tras una época dulce (o al menos desde el infierno actual eso nos parece): hordas anónimas preguntan a un algoritmo bravucón de nombre literario la fuente —¿source?— hasta de lo más evidente, al tiempo que se oponen a certezas casi prehistóricas en un loco afán por creer cualquier cosa, por estúpida que sea, salvo lo que tienen enfrente o viven en sus propias carnes. La realidad les da miedo y sus supuestas fuentes les han pegado un tremendo baño de paranoia. En sus delirios niegan la medicina que los mantiene vivos y los principios físicos que les permiten diseminar tecnológicamente a los cuatro vientos su negación de la ciencia que permite dicha tecnología. Es una paradoja, pero probablemente tampoco “crean” en las paradojas. Y esa es precisamente la clave del asunto: la horda acientífica se maneja en base a la creencia. Lo importante es lo que cree el individuo en base a por dónde le pega el aire esa mañana. Hablamos de creencias peregrinas, espontáneas, nada muy elaborado. La paradoja ataca de nuevo: no creen en tratamientos cuya eficacia ha sido —por suerte— demostrada, pero confían en terapias mágicas que no les reportan sanación alguna. Cuando no funcionan, siempre hay una excusa: “no estaría suficientemente concentrado y creyente ese día”. Por suerte para ellos, en la quimioterapia o en las intervenciones quirúrgicas no hay que creer para que hagan efecto. Puedes estar hasta dormido. En fin: es muy burdo, que diría aquel, pero van con ello. Lo terrorífico es que esa gente ha llegado a la cúspide del poder mundial, y ahora toman decisiones que frenan, cuando no hacen retroceder, la cadena de acontecimientos que nos ha permitido prolongar la esperanza de vida más allá de los treinta curando innumerables males, tener un smartphone en las manos, o vislumbrar los entresijos de los mecanismos que rigen nuestra realidad. Nuestra existencia.

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Ante semejante panorama apocalíptico un género literario se ha vuelto imprescindible: la divulgación científica, más fantástica que la fantasía a tenor de lo que vamos sabiendo del tiempo, del cosmos, del principio, del final; si bien no sacará a ningún fanático de su enajenación (antes quemarán el libro), sí sirve de contrapeso, y además nos procura maravillosas lecturas que nos ayudan a escapar unas horas del manicomio. Se escribe muy buena divulgación científica, pero ahora por lo menos, como en Italia, en ningún sitio. Por esta sección han aparecido Carlo Rovelli (con todos sus libros), Matteo Barsuglia a lomos de sus olas del espacio-tiempo, y en el caso que hoy nos atañe, Ersilia Vaudo con Mirabilis. Cinco intuiciones científicas que han revolucionado nuestra concepción del universo, que publica Blackie Books con traducción de Francisco J. Ramos Mena. Esta es una historia de aquello de lo que más orgullo deberíamos sentir: la construcción intelectual colectiva que, como una inconcebible catedral, hemos ido levantando piedra a piedra, hecho a hecho, desde que tenemos uso de razón, y que así seguiremos haciendo hasta que nos extingamos o nos convirtamos en algo distinto y ahora impensable. Este edificio monumental, con sus accidentes y derrumbes, es una obra puramente humana: es nuestro gran mérito como especie, como lo será para ellas el conocimiento de otras razas que sin duda deben existir, haber existido o ir a existir en un futuro. Mirabilis nos lleva en cada episodio a brillantes hitos en esta construcción: la gravedad, una intuición mucho más asombrosa de lo que la gente ahora puede imaginar, y tras la visión newtoniana, la increíble lucidez de un Einstein que acaso vio que dicha fuerza es pura geometría, en sí el propio tejido del universo, el espacio-tiempo curvándose por acción de la masa, y que para colmo se dio cuenta de que aspectos que nos resultaban, en nuestra inconsciencia, aparentemente claros y principalmente absolutos, como la posición y el tiempo, no eran lo que suponíamos, hasta tal punto que desde entonces supimos que todo depende del sistema de referencia, del punto de vista del observador, de su movimiento y del campo gravitatorio en que se encuentre. Sí: el tiempo pasa de diferente manera en función de donde estemos, y nuestra tecnología, como la omnipresente geolocalización por satélite, trabaja con ello para no errar.
En el libro también encontramos el sorprendente descubrimiento de la expansión del universo, un concepto mucho más complejo de lo que parece a simple vista cuando se lee de pasada en un titular, la antimateria —que empleamos para vernos por dentro en los hospitales en forma de positrones—, la materia oscura, la gran protagonista que nunca hemos visto salvo por sus efectos gravitatorios y que todavía no sabemos qué es, y luego, más allá, los territorios todavía más extraños y especulativos, como las dimensiones adicionales, que podrían estar escondidas a simple vista en el reino de lo infinitesimal, las cuerdas o los bucles que subyacerían en un nivel inferior al más profundo al que hasta ahora nos hemos asomado y que con sus vibraciones, con su música, crearían las partículas más elementales, o la sobrecogedora idea de las branas y el multiverso, en el cual innumerables universos se formarían y aislarían enmarcados un contexto superior y sencillamente imposible de visualizar, pero sí de teorizar desde el plano de la ciencia. ¿Qué terminará siendo todo esto? ¿Cuándo encontraremos la vida que en la forma que sea, más o menos parecida, más o menos consciente o evolucionada, sin duda existe a lo largo y ancho de este hogar cósmico en el que por supuesto no somos los únicos, como tampoco la Tierra o el Sol eran el centro del mismo? Ese momento llegará, como tantos otros de semejante naturaleza, como anticipamos sobre el papel algo tan majestuoso, poderoso y difícil de creer como los agujeros negros, de los cuales ahora sabemos que residen en el centro de las galaxias cumpliendo con un papel crucial en el ecosistema universal. Somos un animal que se cuenta historias, y una de ellas es la de la verdad. Aunque tantas veces no lo parezca.