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Cabe mucho dolor en un ataúd pequeño: maternidad y duelo inspiran las mejores novelas del año

  • Escena de Salve María, adaptación dirigida por Mar Coll de la novela Las madres no de Katixa Agirre

VALÈNCIA. A veces un título da tanto en el clavo que por sí solo inspira una idea que trasciende la obra titulada. Es lo que ocurre con ¿Quién puede matar a un niño?, el clásico del terror patrio con el que Chicho Ibáñez Serrador tituló, con la sorna que le caracterizaba, su perturbadora historia de niños asesinos y maltratadores de adultos –y de paso regalarnos una muy actual e inesperada lectura de la turismofobia–. La infancia, como terreno de inocencia inalterable, pero también ignoto y salvaje, inspiraba un relato con ecos a El señor de las moscas que desde su mismo nombre nos estaba apelando, como espectadores, a resolver la duda a través del visionado –la peli está en Flixolé, por cierto, y es una maravilla–.

 

La misma pregunta que nos hacía Chicho llegaba a obsesionar a la protagonista de la novela Las madres no, de Katixa Agirre. La narradora de aquel excelente thriller estaba a punto de dar a luz cuando descubría la noticia de una mujer que había ahogado en la bañera a sus dos gemelos recién nacidos. El hecho de que conociese a la mujer, sumado al agotador proceso de postparto y primeros meses de crianza llevará a la protagonista a pensar más y más en la infanticida. ¿Qué puede llevar a alguien a destruir algo tan puro y débil? ¿Qué lleva a un ser humano a cometer actos inhumanos? 

 

Mar Coll supo captar la asfixia de la voz narradora en su adaptación al cine de la novela de Agirre, Salve María, que le valió el Premio Feroz a Mejor película dramática y a Laura Weissmahr –la protagonista–, el Goya a Mejor actriz revelación. La maternidad, como terreno de subordinación excesiva, pero también proceso ignoto y salvaje, alimenta un año después dos novelas que plantean desde sus títulos, sus voces y su autoría otra pregunta igualmente irresoluble: ¿Qué se hace con los infantes muertos? 

 

 

Los adioses precoces  

 

Es curioso que las dos novelas que más me han impactado, removido y sorprendido en lo que llevamos de año estén escritas en catalán. O tal vez no tiene nada de casual, el arrojo que demuestran estas dos autoras de las que voy a hablar. Parece una tontería tener que recordar que al margen del castellano en este país existen voces narrativas que narran mejor en otras lenguas, porque se encuentran más cómodas, porque no sienten la presión de verse abocadas a los intereses de un mercado globalizado con 600 millones de potenciales lectores, o en fin porque es su idioma. 

 

De hecho Las madres no, antes de publicarse en Editorial Tránsito, se publicó en euskera con el título Amek ez dute, de la mano de la editorial Elkar. Qué pena que el paso al mainstream exija traducción a modo de sacrificio. Y qué bonito sería abrazar nuestra diversidad, que en las escuelas e institutos de toda España se aprendiera a leer en catalán, euskera, galego, asturianu o cualquier muestra viva de la pluralidad que nos caracteriza.

 

El caso es que de las dos decenas de libros que llevo leídos en lo que va de año, las novelas que recomiendo a cualquiera que me pregunte son Només terra, només pluja, només fang, escrito por Montse Albets en Editorial Periscopi, y Que morin els fills dels altres de Roser Cabré-Verdiell en Males Herbes. Y resulta que son dos novelas con multitud de conexiones, relatos que dialogan entre ellos sin saberlo.  

 

Montse Albets narra la historia de una casa, o mejor, de lo que ocurre en una casa de un pequeño pueblo: Ca la viuda. Allí vuelve después de muchos años, en mitad de la noche y sin hacer el menor ruido, una mujer llamada Maria. Por lo que deducen los pocos vecinos del pequeño pueblo, Maria dio a luz hace poco, pues lleva con ella una trona, un carrito, un montón de juguetes, paquetes de pañales y, en fin, toda la parafernalia que acompaña a un bebé. Pero a la criatura nadie la ha visto ni la ha escuchado llorar. Maria se niega a salir de Ca la viuda y, mientras el pueblo murmura, Manel, un hombre mayor de pocas palabras, empezará a construir una inesperada amistad con ella.

 

Només terra, només pluja, només fang es un libro increíble, que despliega con sensibilidad y una naturalidad cautivadora un emotivo discurso sobre el duelo, el dolor heredado de generaciones anteriores, y el silencio que acompaña al trauma. La palabra como herramienta sanadora. Y la música. Y la amistad. 

 

Todo con una habilidad para construir lo cotidiano en Ca la viuda, como un universo que nos rodea y nos acoge como lectores. Con aparente sencillez y mucho oficio, Albets genera la simpatía de personajes que pronto son viejos conocidos. Y construye con ellos una historia bellísima y dura que apela al fuerte contraste que significa vivir: la sonrisa de una conversación, el gesto amable de un desconocido y el tormento de la discreción pueden acontecer al mismo tiempo, pueden vivir todos en un segundo. 

 

Que mueran los hijos de los demás 

 

Por su parte, Roser Cabré-Verdiell cuenta la vida de Rebeca desde que se muda a Ocata, en el Masnou a veinte kilómetros de Barcelona, en cuya playa acaba el conocido como Meridiano verde que empieza en Dunkerque. Su marido arquitecto ha reformado una casa para ella y sus dos hijos, Bru y Nit. Tuvo un aborto y la criatura que les habría hecho familia numerosa no llegó a este mundo. Y Rebeca ahora vive presa del miedo a que sus dos hijos vivos les ocurra algo. Les sobreprotege hasta lo enfermizo y les impide hacer nada medianamente divertido, mientras sufre ansiedad por cada elemento de la realidad potencialmente hiriente.

 

En Ocata, Rebeca conoce a una vecina llamada Camila, cuya hija tiene un comportamiento un tanto peculiar. Una noche, durante la celebración de una fiesta local, Rebeca y Camila piden un deseo. Camila no dice en voz alta el suyo, porque cree que si lo hace no se cumple. Pero Rebeca pide dejar el miedo atrás, superar el duelo que la atenaza y volver a vivir, a sentir, a desear. Y a partir de esa noche, todo cambiará para ambas. 

 

Que morin els fills dels altres es una novela sobre brujería, o una novela-embrujo, que va abrazando su lado fantástico sin abandonar en ningún momento lo plausible. Cabré-Verdiell combina lo racional y lo irracional con una desenvoltura que hace que para el lector la frontera entre uno y otro se confunda, se mezcle, como ocurre con los miedos más secretos y los dolores más profundos. 

 

Y compone un personaje que atraviesa el duelo y el miedo redefiniendo su maternidad lejos del padecimiento. Como le ocurre a la protagonista de la novela de Montse Albets, la maternidad y el dolor son dos elementos que la llevan al límite, y el ejercicio literario que se impone su autora es el de regresar una vez se ha pasado cierta frontera. Maria y Rebeca son dos protagonistas que regresan del dolor, que se asoman al vacío, que contestan preguntas irresolubles. Y la prosa de sus novelas, llena de atrevimiento y sabiduría, compone las dos novelas más apasionantes del año.

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