VALÈNCIA. En un día de visita a la familia, estábamos charlando en el salón cuando algo me hizo prestar atención a la televisión. En un concurso estaba sonando la banda sonora de Silo, obra del gran Atli Örvarsson. Minutos después, fue la de Vangelis para Blade Runner, que hacía mucho que no la escuchaba, pero me sentí sucio al tener que hacerlo en esas condiciones. El programa que estaba contaminando esos sonidos era de los que no es cuestión si gustan o no o si entretienen o no, el problema es que sí o sí entristecen.
La noche de los récords lo presenta un incombustible Jesús Vázquez que sigue manteniendo sus capacidades intactas. Actúa con naturalidad, emoción e interés por lo que está presentando, lo cual habla muy bien de él, porque si ponemos un poco de perspectiva sobre lo que estamos viendo, es fácil retrotraerse a 1943, con la llegada de unos feriantes a tu pueblo. O algo peor.
Hace unos meses el de bsky, frunobulax, subió unos vídeos a esta red social sobre un concurso español de los años 70. Era una sección del programa Fantástico, presentado por José María Íñigo, llamada Usted ¿qué sabe hacer? en la que personajes cualesquiera de la geografía española acudían a televisión a presentar sus talentos más mundanos. Uno podía mover las orejas, otro comer carne cruda, se imitaba el sonido de animales diversos… Aquello resultaba muy gracioso por ser personajes de aquella España tan lejana y por su falta de sentido del ridículo, es más, se veía que estaban orgullosos de salir en televisión dando a conocer a todo el orbe ese talento con el que encandilaban a la familia en Nochebuena o a la parroquia en el bar.

Para lo que me sirvió ese espectáculo dantesco fue para descubrir que Faemino y Cansado aludían a él con sus carromatos de hombres fenómenos y ese tipo de actuaciones en las que se presentaban a grandes artistas. Este dúo cómico nunca hacía imitaciones, pero se notaba mucho el tono de Íñigo y lo estrambótico de los artistas en sus parodias. Tal vez me equivoque, pero todo, en su conjunto, era tratado como algo completamente pasado, el entretenimiento barato, banal, basado en habilidades estériles. Shows de relleno en espectáculos de revista, donde los matrimonios se bajaban copones de coñac básicamente porque no había mucho más que hacer. O gente que, en su bendita inocencia y falta de o con la realidad, creía que una habilidad ridícula que poseían les iba a granjear respeto, atención y iración.
En los años del público cautivo de la televisión, todo esto podía tener un pase porque no había competencia. Te tragabas lo que echaran y, además, con complejo de culpa si no lo hacías porque al día siguiente no ibas a poder comentarlo con los compañeros, vecinos o amigos. Era más importante no quedarse fuera de la fiesta que el posible nulo interés que tuviera la charlotada de turno.
El origen de la criatura posiblemente fuese Chuck Barris, que en 1976 tuvo un éxito indecible con The Gong Show, un programa que reivindicaba el talento popular con el humor absurdo. Aunque al menos este hombre logró que fuera más interesante su vida, puesto que después aseguro que fue espía para la CIA y George Clooney llevó sus andanzas al cine en Confesiones de una mente peligrosa.
El programa de Telecinco, sin embargo, encarna lo peor de ambos mundos. Los concursantes son profesionales, con lo que se pierde el factor vergüenza ajena, y las pruebas pretenden pasar por algo serio, hay una serie de jueces que valoran la entrada en el Guiness de sus ocurrencias.
Lo más llamativo me pareció un caballero que subía escaleras con la cabeza. Es decir, completamente boca abajo, apoyado con el cráneo, mantenía el equilibrio e iba ascendiendo escalones a saltitos, recordaba mucho a Mortadelo y Filemón. Vázquez retransmitía en cuclillas la proeza, en completo silencio del público, pero como estaba del lado contrario de la escalera donde se marcaba el récord, no se enteró de cuándo ese pobre hombre había logrado batirlo.

- Concursante de Usted ¿qué sabe hacer?
Asistiendo a este espectáculo, logré llegar a conclusiones metafísicas, no era que me pareciera absurdo, era pensar en mí contemplando ese absurdo, mientras comentaba la salud de mi padre. Al mirar los índices de audiencia esta mañana la cosa daba más vértigo. Lo habían visto 680.000 personas. Hace diez años, eso lo podía hacer un Saber y Ganar Fin de semana.
Aparecieron después dos caballeros que sujetaban grandes bolas de ciento y pico kilos, la idea era ver quién aguantaba más, pero ni siquiera representaban al Madrid y al Barça, eran extranjeros. Luego salió una bailarina que caminaba sobre botellas ¿Por qué querría hacer algo así?
Me cuesta imaginarme quién puede sentarse y ver este programa con su publicidad incluida. Quizá podría valer como acompañamiento de otras actividades, como preparar la renta con algo de fondo, leer tonterías en las redes sociales con un ojo puesto en estas pruebas o, posiblemente, la más coherente, prepararte un pico de heroína en una cuchara, inyectártelo y sentarte tranquilo viendo esto o lo que te echen (después venía El rey del mando, con Carlos Latre).
La imaginación hace ya muchos años que ha escapado de la televisión convencional. Se lucha por mantener el chiringuito mínimamente para que su muerte no sea estrepitosa. Las grandes emociones están en polémicas como la disputa entre El Hormiguero y La Revuelta, que responde a motivos ideológicos más que televisivos.
Desde el momento en el que la tecnología se las arregló para que cada persona tuviera una pantalla en la mano, la jerarquía de la televisión no ha hecho más que arrastrarse por el fango. Si nos hablasen de este fututo en 1995, pensaríamos que los ciudadanos estarían accediendo a contenidos de cultura y calidad, ajenos a los publicistas, e información no manipulada por los intereses empresariales que controlan los medios.
La realidad es que lo que ofrece TikTok, por ejemplo, no empeora lo que nos ha traído Jesús Vázquez, y que la información alternativa lo es, pero a tope, más tirando por la línea del terraplanismo que por saber quién se beneficia de los contratos municipales. Nos vamos derechos al abismo y, mientras tanto, merece la pena mirar embobado La noche de los récords, tal vez, a su manera, se pueda entender como arte de vanguardia, una denuncia del absurdo en el que vivimos en el ocaso de la civilización tal y como la hemos conocido los últimos 80 años.