VALENCIA. De un Gobierno se espera que solucione algunos problemas, contribuya a paliar otros y, por encima de todo, que no añada nuevos problemas a los ya existentes. Un mal Gobierno es aquel que no soluciona nada y se limita a dejar pasar el tiempo. Un Gobierno pésimo es el que, por su incompetencia, contribuye a generar nuevos problemas. Pero peor aún es el Gobierno que se inventa conflictos, o hace todo lo posible para revivirlos. Porque aquí, además, existe la voluntad consciente de generar dichos problemas, que a veces se enquistan en la sociedad durante generaciones.
Pues bien, el Gobierno autonómico del PP, con el que no puede decirse que hubiera hasta la fecha muchos motivos de satisfacción, se ha desvelado esta semana como un Gobierno capaz de abarcar las últimas tres categorías: a su acreditada impotencia e incapacidad para solucionar los problemas existentes se une su chapucero proceder, que acaba provocando problemas añadidos. Y, como para rematar la faena, surge esta última semana el ridículo, absurdo y vergonzoso conflicto con la Academia Valenciana de la Lengua, detrás del cual ni siquiera hay convicciones: sólo puro electoralismo.
El secesionismo lingüístico y la hegemonía conservadora
La Academia Valenciana de la Lengua (AVL) se creó hace dieciséis años para solucionar un problema lingüístico, que era también social y político: las consecuencias de la denominada Batalla de Valencia, que generó una profunda divisón social en la Comunidad Valenciana (o, para ser más exactos, en la ciudad de Valencia y su área metropolitana), a propósito de la lengua valenciana y de su asociación con la catalana. Detrás de ese asunto, naturalmente, también había una cuestión política: una Comunidad Valenciana más ligada con Cataluña o con Madrid.
A pesar de que nadie con dos dedos de frente puede poner en duda los vínculos del valenciano con el catalán, la victoria social y política del secesionismo fue indudable. El "blaverismo" consiguió adeptos en todas las capas de la sociedad, y también en las capas populares. En última instancia, su vitalidad fue el factor más importante que nos ayuda a comprender cómo pudo producirse en la Comunidad Valenciana el vuelco ideológico más importante que se ha dado en toda España desde las primeras Elecciones Generales de 1977. Entonces la Comunidad Valenciana era uno de los principales graneros de la izquierda; ahora lo es de la derecha.

Sin embargo, la promoción y difusión del secesionismo lingüístico, animado por poderosos aliados en la derecha española y en la burguesía valenciana, le provocó diversos problemas al PP, ya como partido gobernante, y además colisionaba frontalmente con cualquier política de difusión del valenciano.
Porque uno puede pensar que el valenciano no es catalán, pero si realmente quiere promocionar el uso del valenciano, no puede sencillamente inventarse los términos de uso común, ni el habla popular, ni las reglas gramaticales y la estructura del idioma. Para eso están los filólogos. Y los filólogos, incluso aunque no quieran tener nada que ver con Cataluña o bien sea una cuestión que les resulte indiferente, inevitablemente dictaminarán que el valenciano proviene del mismo tronco que el catalán. Que es una variante de la misma lengua románica, igual que ocurre con el andaluz y el castellano.
Es lo que ha ocurrido con el diccionario de la Academia Valenciana de la Lengua. Esta institución, creada por Eduardo Zaplana, generó muchas reticencias, sobre todo, en las filas del "catalanismo", dado que incorporó a una mayoría de académicos que o bien estaban allí por su filiación política (afines al PP) o por su afinidad con el secesionismo lingüístico.
Sin embargo, la Academia tenía dos grandes virtudes: por primera vez, se ponía en un mismo lugar a defensores de las dos posturas. Y sobre todo: todos ellos, o la inmensa mayoría, eran gente con estudios. Muchos, provenientes del mundo académico, con una trayectoria acreditada. Y otros, en el peor de los casos, mostraban un mínimo de nivel cultural y de interés por el estudio de las lenguas, en particular la lengua valenciana.

Por eso, tras doce años de trabajo, la AVL nos ha ofrecido un trabajo impecable, fecundo, interesantísimo, de recuperación de la lengua valenciana. Un diccionario que, por su ecuanimidad y su capacidad de profundizar en el habla de los distintos territorios valencianos, constituye un trabajo de enorme valor cultural y lingüístico. Un trabajo, por último, que -si lo evaluamos con sensatez- en realidad permite singularizar el valenciano respecto del catalán, pero no porque se diga que son lenguas distintas, sino porque la AVL ha hecho una labor de sistematización y enriquecimiento de la lengua propia de los valencianos que hasta ahora no existía.
Echando la vista atrás, la creación de la AVL permitió desactivar, por fin, el sempiterno conflicto lingüístico. Un Gobierno sensato se limitaría a felicitarse por el trabajo realizado y el éxito conseguido tras estos años; sobre todo, porque es un éxito en el que el partido gobernante, que es el mismo que gobernaba en 1998, podría atribuirse buena parte del mérito. Pero hablamos de un gobierno sensato. Una entelequia, si nos ponemos a mirar la clase de gobierno autonómico que tenemos.
Un ‘revival' irresponsable, dañino... y de dudosa eficacia
En una situación de enorme deterioro del Gobierno autonómico, con la intención de voto al PP por los suelos, y con diversos proyectos políticos surgidos enrrededor, al Consell, y en particular al que parece ser su nuevo estratega, Serafín Castellano, no se le ha ocurrido nada mejor que hacer un canto a las pretendidas esencias de lo valenciano y a su defensa frente a los ataques... de una institución valenciana, creada por el PP. Conviene recordar que esta persona, Serafín Castellano, que tanto se afana por defender a los valencianos y a lo valenciano de todo tipo de ataques, es la misma que envió a la policía autonómica a cerrar RTVV en la surrealista Operación Telefunken, hace apenas dos meses. Por poner las cosas en perspectiva.

Porque detrás del estallido de indignación simulada por parte del conseller Serafín Castellano no hay convicciones de ningún tipo. Sólo hay dos cosas: electoralismo de la peor especie, por una parte; y una lucha interna en el PP, por otra.
En el primer caso, es más que obvio el intento del PP de conseguir algún rédito electoral reavivando viejas batallas, que tanto les beneficiaron en el pasado. Personalmente, dudo que funcione igual de bien en el presente. Han pasado treinta años desde que se produjo la Batalla de Valencia, y nadie en su sano juicio puede pensar que existe la posibilidad de que la Comunidad Valenciana se asocie con Cataluña en algún tipo de estructura supranacional (Els Països Catalans); no es que hubiera muchas posibilidades entonces, pero ahora son nulas.
La Comunidad Valenciana es una de las comunidades autónomas con mayor grado de identificación con la idea de España; una situación que ni siquiera estos últimos años, ni los rigores del modelo de financiación autonómico, han logrado matizar siquiera.
Por otra parte, ha sido el propio PP el que ha contribuido a meter debajo de una alfombra el conflicto lingüístico. Con la creación de la AVL y, fundamentalmente, con su desinterés por continuar avivándolo desde el preciso instante en que alcanzó el poder (dado que para eso, para alcanzar el poder, y no para ninguna otra cosa, se creó el conflicto lingüístico). El grado de implicación y de encono de la mayoría de la población con este asunto difícilmente alcanzará la intensidad de los años 80; sobre todo, con el triste escenario económico y social que vivimos, en el que la mayoría tiene preocupaciones más acuciantes.
Por último, en estos treinta años se ha producido algo que sí que es una novedad respecto de lo que había en 1980: la alfabetización (parcial, incompleta, pero alfabetización al fin y al cabo) de una generación de valencianos en su lengua. Los que eran valencianohablantes han podido estudiar (no todos, pero sí muchos) en valenciano; los que no lo eran tienen, al menos, nociones de valenciano.
Puede considerarse, como afirman algunas asociaciones blaveras, que hemos vivido un proceso de "catalanización" contumaz de la sociedad, o sencillamente que un público alfabetizado en un idioma ya no verá con los mismos ojos un proyecto político que, mientras afirma defender dicho idioma, en la práctica ni lo habla, ni lo practica ni lo dignifica en lo más mínimo.

El segundo motivo que anima al PP, y particularmente a Serafín Castellano, para avivar el conflicto es de orden interno: socavar la posición de la consellera d'Educació, María José Catalá, sin duda una de las dirigentes mejor posicionadas para sustituir a Fabra (como candidata o, incluso, como presidenta de la Generalitat) si éste es destituido (igual que como se le nombró: desde Madrid) o aupado a un retiro dorado en algún ministerio. Catalá, al parecer, es muy catalanista; tanto que incluso se disculpaba ante sus compañeros de partido, en un ya mítico vídeo, por hablar en valenciano.
Las presiones del Consell sobre la AVL han sido, hasta la fecha, infructuosas. Finalmente, la AVL publicó su diccionario. La apelación al Consell Jurídic Consultiu recibió una tajante declaración de su presidente, Vicente Garrido (director de tesis de Francisco Camps): "el valenciano es lo que la AVL diga que es", que posiblemente preludie un dictamen que avale la capacidad de la AVL para hacer aquello para lo que fue creada.
Tajante, y también esclarecedora: dejen ustedes de intentar colonizar absolutamente todo el espacio público; dejen a los especialistas hacer su trabajo, y no se metan en él, por mucho que les convenga electoralmente.
Porque seguro que si Serafín Castellano nombra ahora a una comisión de expertos (una "Academia de la Lengua Valenciana" que le hiciera la competencia a la AVL) para que diga que el valenciano no es catalán, teniendo en cuenta la trayectoria de Castellano y su respecto por la independencia de las instituciones (y por el método científico), la comisión dirá lo que haga falta. También puede decir que la Tierra es plana, o que el Sol gira en torno a ella. Es lo que pasa cuando sustituimos la razón por el oscurantismo, porque con el oscurantismo creemos que nos irá mejor. Aunque el oscurantismo sea, ante todo, una falta de respeto a los ciudadanos.
#prayfor... La Noche en 24h
Esta semana se ha publicado el último barómetro del CIS, que muestra una situación de estancamiento del voto a los dos grandes partidos: 32,1% para el PP y 26,6% para el PSOE. El programa de tertulia política "La Noche en 24 horas", que se emite en el Canal 24 Horas de TVE, se hizo eco de la encuesta, y ofreció un gráfico explicativo de la evolución de ambos partidos, según los sondeos, desde las Elecciones Generales de 2011. Un gráfico... muy particular.
Algunos medios, y sobre todo algunos partidos políticos, son muy amigos de ofrecer gráficos manipulados, en los cuales se presenta una diferencia de dos puntos como si fuese una distancia insondable. Aquí ocurre lo contrario: el gráfico presenta en paralelo la evolución de PP y PSOE, a pesar de que el PP haya experimentado un descenso de 12 puntos y el PSOE (que ya se hundió en las Elecciones) sólo de 2. El gráfico, en definitiva, daba la impresión de que nada había cambiado desde 2011.
En resumen: un intento de manipulación de los datos bastante obsceno, por evidente. Tanto, que rápidamente se convirtió en objeto de las críticas de los televidentes a través de las redes sociales (y también de los que luego vieron la imagen del gráfico). A favor del programa sí que hay que decir que rápidamente informó sobre lo sucedido y pidió disculpas en Twitter, y además las reiteró en el programa de la noche siguiente, en el que también difundió el gráfico correcto. No compensa el intento de manipulación previa (es difícil creer que se tratase de un error involuntario), pero, desde luego, es mejor que nada.