VALENCIA. Si hay que marcar un año álgido en la trayectoria de Francisco Camps, ese probablemente sea 2007. El año de su segunda victoria electoral, la mayor en porcentaje de voto. Han pasado casi ocho años, pero aún recuerdo (y supongo que no soy el único) la apertura de esa campaña, en la que Bernie Ecclestone, flanqueado por Camps y Barberá, afirmaba ufano que la Fórmula 1, presentada como un maná que -una vez más- pondría en el mapa a Valencia y proporcionaría riquezas sin cuento (a los valencianos, se suponía; no a Ecclestone, como finalmente sucedió), sólo llegaría a Valencia si los valencianos votaban correctamente y el PP revalidaba su mayoría absoluta.
Fue un ejemplo particularmente repugnante y obsceno de cómo entendía el PP que debían producirse unas elecciones libres; aunque, si hubiéramos sabido entonces que el mismo PP veía bien pagar su campaña electoral con dinero negro, la aparición estelar de Ecclestone tal vez nos habría sorprendido menos.
Tras esa campaña electoral impecable, Camps alcanzó el cénit de su poder en el PP. No sólo en Valencia, donde era obviamente indiscutible, sino en Madrid, donde llegó a sonar como posible sucesor de Rajoy y, al final, fue crucial para que fuese Rajoy, y no otra persona, quien continuase al frente del PP tras el congreso de Valencia de 2008.
Su victoria de 2007 fue incomparable con las otras dos. Camps venció en 2003, pero a punto estuvo de perder la Generalitat (si el Bloc hubiese logrado superar la barrera del 5%, y estuvo muy cerca, habríamos tenido tripartito vintage en 2003, incluso antes que en Cataluña). Camps también venció en 2011, pero comenzó a desinflarse en votos, aunque muy poco. Y, sobre todo, tampoco pudo disfrutar demasiado de su tercer mandato, dado que el 20 de julio de 2011, apenas un mes después de tomar posesión de su cargo por tercera vez, dimitió merced a la apertura de juicio oral "por cuatro trajes".
El día anterior, 19 de julio, Camps había forzado por enésima vez los procedimientos istrativos para garantizar el aval de la Generalitat Valenciana a Valmor, "la empresa de su amigo", tal y como se refiere a ella la fiscalía Anticorrupción. Los éxitos de 2007 se extendían hasta 2011. Hasta el último momento, y aun después.
El aval y la compra de Valmor constituyen un nuevo ejemplo de una forma de obrar muy característica de la Generalitat Valenciana gestionada por el PP: con desprecio de lo público. Un modelo donde los recursos de todos se derrochaban para satisfacer los caprichitos de gobernantes sin ningún sentido cívico (por eso su modelo cívico-cultural resulta tan extraordinariamente pobre y vacío) y escasísima inteligencia, razón por la cual podía percibirse el grado de obscenidad con que se confundía lo público, lo privado y lo partidista en los años de oro... y la facilidad con que, años después, esto puede causar problemas a los responsables de tan horrorosa gestión: porque no sólo dilapidaron, sino que dilapidaron descuidadamente, sin cubrirse las espaldas.

Y porque, además, el escenario político ha cambiado, la percepción pública de la corrupción se ha vuelto mucho menos complaciente con los políticos corruptos, y lo que hace unos años, en apariencia, no tenía ningún efecto, ahora es devastador para el prestigio, la credibilidad y, en resumen, la carrera del político implicado. En términos tanto políticos como judiciales, como bien a las claras muestra la querella de la fiscalía Anticorrupción, no sólo por los gravísimos hechos que narra, sino por la claridad y la dureza de su lenguaje. Una querella que previsiblemente saque a Camps de su tumba política para poder enterrarlo unos cuantos metros más abajo... Pero que también puede enterrar a muchos más en el PP valenciano.
¿La puntilla para el Consell de Alberto Fabra?
La querella de Anticorrupción afecta a tres personas: Camps, Lola Johnson y Jorge Martínez "Aspar", promotor de Valmor y, como deja claro la querella, nuevo "amiguito del alma" de Camps. Pero su alcance llega al sucesor de Camps, Alberto Fabra, cuyo Consell aceptó comprar Valmor y hacerse cargo de la ingente deuda de la compañía: 40 millones de €. Una decisión absolutamente incomprensible desde cualquier punto de vista.
Según expone la fiscalía en la querella, el Consell aceptó comprar Valmor sin ser consciente de las auténticas condiciones, es decir: que tendría que asumir la deuda. La querella apunta directamente a Lola Johnson como responsable de aceptar dichas condiciones y de engañar a los del Consell.

Esto, en principio, permitiría salvar a Fabra y a su gobierno de la quema (judicial y, en parte, también política). Pero, si aceptamos la "teoría del engaño" de la fiscalía, hay un factor que no cuadra en absoluto: ¿cómo es posible que Alberto Fabra, una vez consciente del engaño al que, en su inocencia, había sido sometido por Johnson, y de las consecuencias (el aval de los 40 millones de €), no la despidiera fulminantemente? Y, sobre todo: ¿cómo es posible que se afanara por recuperarla a finales de 2013 como directora de Comunicación?
Como sucede con otros escándalos apabullantes de los años de vino y rosas (pagados con las arcas públicas, hoy exangües) del campsismo, el actual PP es responsable subsidiario. Porque es el mismo PP que gobernó hasta 2011 y porque, además, validó o prolongó los peores errores de la época anterior, como es el caso del "rescate" de Valmor. Otro problema más para Alberto Fabra en las fechas en las que se determinará su candidatura al frente del PP en las próximas Elecciones Autonómicas.
#prayfor... Allioli TV
Esta semana inició su andadura Allioli TV, una serie de programas de debate difundidos a través de Internet, con vocación de adquirir una periodicidad estable. El primer programa, La dècada perduda, analizó el desastre político y empobrecimiento económico de la Comunidad Valenciana; sus principales causas y sus consecuencias más importantes. 50 minutos de enjundiosa conversación sobre cuestiones cruciales, que han condicionado total y absolutamente la acción de gobierno del actual Consell y harán lo propio con el que le sustituya a partir de mayo .(VÍDEO AQUÍ)
El formato recuerda -recuerda muchísimo, la verdad- al ahora archiconocido programa de debate político La Tuerka, presentado por Pablo Iglesias y emitido actualmente desde la web de Público. Un formato que tuvo éxito, entre otros factores, por asumir desde el principio un planteamiento revolucionario: combinar a gente de orientaciones ideológicas muy diversas, pero que tuvieran algo que decir. Es decir, buscar un debate, no un griterío.