Es de todos conocido que San Valentín es una falacia, la falacia del amor satinado. El amor se revela en cualquier jornada del año y no necesita el almíbar del día catorce. Este año de pandemia, sin embargo, la cita nos sirve para medir la nueva calidad del amor, leemos el contador del afecto como si fuera el pluviómetro y nos preguntamos si hay sequía. La falta de o físico no debería notarse pero lo parece. ¿Se nota">
Este será el primer San Valentín en pandemia y no sabemos aún cómo saldremos parados. Al cabo de un año sin abrazos nos tratamos de forma desengrasada, mate, y lo cierto es que nos aguantamos peor. El afecto está, se le sabe vivo, pero la distancia mata el lubricante natural de la convivencia. Las grietas se hacen profundas en el suelo cuarteado de la sequía. Sequía de piel. Añoranza de ese hueco específico entre la clavícula y el cuello que es un mirador de lujo para ver el alma del abrazado. Hace ya un año que no podemos encajar la cara en ese punto y disfrutar de las vistas: desde ahí se capta el nudo del querer. El abrazo empieza a ser gustoso con la sensación de límite, de cuerpo que se aprieta y ensancha, de frontera no traspuesta. Supone catar el macizo del otro cuerpo, desmentir el vacío y hacer tope con aquel al que se quiere. Se contagia el calor, la tersura del cuerpo, el aroma que desciende desde atrás de las orejas. Se contagia la presencia.
El amor no se ha terminado, lo que falta es la piel. Una amiga se queja de que lleva un año sin acariciar a sus padres y yo medito en silencio que podrían incluso morirse con la última caricia caducada. Yo también puedo perder así a los míos. Callo hasta que el pensamiento me atraviesa y se disuelve como una nube pequeña sobre un prado callado de agosto. “En algún lugar están esos abrazos…” la consuelo. Ponerse lírica siempre llena un vacío, dispara todo hacia otro plano. “A principios del siglo XVI ─leo a Borges en un célebre prólogo─, Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra, las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos” ¿Quién los bajará de allí para nosotros? Y, hasta entonces, ¿en qué nos convertiremos?