VALÈNCIA. La era del pájaro azul previa a la negra equis muskiana encumbró el tuit como máxima expresión del ingenio sintetizado, igual que el número de likes convenció a tanta gente de estar escribiendo poesía pese a jactarse en muchos casos de nunca haberla leído. Autores de zascas ocurrentes y textos pueriles y sentimentaloides se sintieron únicos, especiales, inalcanzables —así es el ego y el desconocer cuánto desconoces—. La industria les procuró publicaciones y euros, y con ello se sintieron legitimados y se zambulleron en bomba en el error adanista. Eran felices, y lo siguen siendo, porque no hay giro ni moraleja en esta historia del absurdo. Sin embargo siguen existiendo quienes saben que en tierra de la brillantez ultraconcentrada ha habido ya mucho escrito, ideas que han quedado en bolsillos póstumos como la machadiana “estos días azules y este sol de la infancia”, o el inmenso tesoro que son los Aforismos de Zürau de Kafka, ciento nueve aforismos escritos entre el 9 de octubre de 1917 y el 26 de febrero de 1918 durante una estancia en Bohemia occidental para tratar de sanar de una tuberculosis que fueron seleccionados y editados tras su muerte por su amigo Max Brod con un título bastante desacertado, Reflexiones sobre el pecado, la esperanza, el sufrimiento y el verdadero camino, un diario con la genialidad que permite el no tener que responder ante ninguna estructura y que por tanto alberga pensamiento destilado en una pureza extraordinaria. Uno de estos aforismos nos lleva de nuevo a los pájaros, pero en este caso son pájaros inversos, aves libres que completan la relación con sus terribles prisiones siendo parte de una anomalía que vulnera la ley de la causalidad: aquí, como reza el título que publica Mutatis Mutandis, Una jaula salió en busca de un pájaro, diez historias kafkianas que han llegado a las librerías en el centenario de la muerte de uno de los escritores más influyentes de todos los tiempos.

- Antología de relatos kafkianos publicada por Mutatis Mutandis -
Los relatos que se incluyen en la antología son realmente diversos, pero todos comparten ese circuito opresivo de situaciones desconcertantes que es la sustancia kafkiana de la literatura y que se manifiesta de forma brillante en relatos como el que inicia el volumen, donde la familia de una mujer internada en un sanatorio comienza a sufrir un inquietante acoso: primero su casa y luego su vehículo, en una localización diferente, son encerrados dentro de un círculo de pintura roja que parece buscar exponerlos, amenazarlos, señalarlos de un modo que sin llegar a quedar claro del todo, parece obra de alguien o algo con una intención siniestra e inevitable: “Fuimos hasta un Tesco y paramos a fondo del aparcamiento […] Pero esa noche, cuando todavía estaba oscuro, muy temprano, oí que Leif se revolvía en la mesa-cama donde solía dormir con mi madre. ¿Qué es ese ruido?, dijo en la oscuridad. Me incorporé. Acuéstate, será algún animal, dijo Leif. Sin embargo, cuando abrimos la puerta por la mañana vimos que alguien había pintado una raya roja justo alrededor de la caravana. La raya seguía todo el contorno y cerraba el círculo en el escaloncito que habíamos colocado junto a la puerta para entrar y salir de la caravana con seguridad. La pintura, todavía fresca, pasaba por ese escalón y un par de neumáticos y llegaba incluso hasta la pieza metálica que rodeaba las llantas. Recogimos las camas y las sábanas, doblamos la mesa y bajamos el techo. Comprobamos que los armarios estaban bien cerrados para la carretera. Mi hermana y yo nos pusimos el cinturón y yo me coloqué en el ángulo exacto para ver el contorno pintado de la autocaravana que dejaríamos atrás. Me moría de ganas de ver la forma de la caravana y algo en mí sentía una gran satisfacción por dejar esa huella en color rojo emergencia, el único contorno a medida con forma de caravana de todo el aparcamiento del supermercado”.
Otra de estas historias nos pone en la piel de alguien que ha perdido a su gemelo por culpa de un extraño fenómeno, el suplicio, que lleva a sus víctimas —potencialmente cualquiera— a sufrir un ataque repentino de pánico, horror y dolor tan intenso que en muchas ocasiones desemboca en el suicidio de quien lo padece, que no encuentra otra manera de ponerle fin. Un relato con claras conexiones con la realidad extraliteraria de esta época desquiciada de graves trastornos generalizados de la salud mental. Es significativo que atraviese el libro el recuerdo de unos acontecimientos globales con tintes kafkianos como fue la pandemia de COVID, con sus asfixiantes protocolos, mascarillas y confinamientos establecidos precisamente para que no muriésemos de asfixia. Podríamos hablar de todos los relatos de esta antología, porque todos lo merecen, pero para no extendernos más de la cuenta, sirva de ejemplo del tono del libro la narración angustiosa de la búsqueda de un piso, proceso kafkiano donde los haya, hoy día, dentro y fuera de la página: en este caso una aspirante a inquilina deberá recorrer un edificio laberíntico y ser sometida a todo tipo de humillantes juicios para tener la posibilidad, con suerte, de cohabitar un zulo escondido en las profundidades de una construcción infernal, o el sorprendente cuento, quizás uno de los más alejados al resto, en el que la humanidad vive asistida y anestesiada por la inteligencia artificial en un estado aparentemente naíf que es aprovechado por las máquinas para construir una nueva versión de la torre de Babel para encontrar a dios, aunque por desgracia para ellas, el final estaba escrito de antemano, como no puede ser de otra manera en esta brillante antología.
Los relatos de Una jaula salió en busca de un pájaro han sido escritos (y traducidos) por Ali Smith (Magdalena Palmer), Joshua Cohen (Javier Calvo), Elif Batuman (Marta Rebón), Naomi Alderman (Ana Guelbenzu), Tommy Orange (Julia Osuna Aguilar), Helen Oyeyemi (María Belmonte), Keith Ridgway (Eduardo Iriarte), Yiyun Li (Laura Martín de Dios), Leone Ross (Eugenia Vázquez Nacarino), y Charlie Kaufman (Ce Santiago).