Tengo cierto cosquilleo en el estómago. Esa emoción de poder ver con mis propios ojos todo ese arte que iré en los libros y que me llevó a enamorarme del Renacimiento y de aquella Florencia que se embellecía gracias a los Médici, mecenas de artistas tan insignes como Brunelleschi, Donatello, Miguel Ángel… Quién sabe si compartiré la sensación que tuvo el escritor francés Marie-Henri Beyle, más conocido como Stendhal, en 1817, al visitar Florencia: «Experimentaba una especie de éxtasis por la idea de estar en Florencia… Me sobrecogió una feroz palpitación del corazón… El manantial de la vida se secó dentro de mí, y caminaba con el miedo constante de caer al suelo». Hoy es el conocido como síndrome de Stendhal. Mi único temor es que esa belleza se vea eclipsada por el gran volumen de turistas que pueda haber. Estamos en el siglo XXI, hay más posibilidades de viajar, y Florencia es una de las ciudades más visitadas de Europa.
Mi alojamiento se sitúa al otro lado del río Arno, muy cerca de la estampa de Florencia: el Ponte Vecchio. Las coloridas fachadas contrastan con las aguas azules del Arno y, arriba de ese puzle de casas y tiendas, se distingue una pared de color crema. Es el corredor que une el Palazzo Vecchio con el Palazzo Pitti, y por el cual los Médici podían caminar sin temor a ser atacados. El Ponte Vecchio es más que una estructura para cruzar el río; en su interior, las tiendas de ambos lados son un foco de atracción para turistas. Hoy, joyeros y orfebres ocupan esos locales y en sus escaparates hay joyas, metales preciosos y algún que otro souvenir. Antes que ellos estuvieron carniceros, pescadores y curtidores, pero en 1593 fueron expulsados por Fernando I de Médici por el mal olor que salía de allí. Una actividad que se perpetúa gracias también a un hecho relevante: es el único puente que sobrevivió a los bombardeos de 1944.

- El Ponte Vecchio -
- Olga Briasco
Sigo el camino, mirando a un lado y a otro, disfrutando de mis primeras horas en ese museo al aire libre que es Florencia. Una esquina con asombrosas esculturas, un aria de ópera cantada por un músico callejero, una fuente en la sombra de un edificio o el legado de artistas del Renacimiento por las calles serpenteantes del casco histórico (Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1982).
Un flechazo a primera vista
Mi corazón se acelera, acabo de llegar a la plaza del Duomo. Ante mí tengo la basílica de Santa María del Fiore (o Duomo de Florencia). Me siento pequeña, con la luz de la mañana que comienza a iluminar esta gran construcción de mármol blanco, verde y rosa que se alza como la gran gesta de la arquitectura y la ingeniería del Renacimiento. Quedo absorta ante la pureza de sus líneas, sus dimensiones y el asombroso ingenio de sus constructores. Recorro esas líneas hasta irar la gran cúpula de Filippo Brunelleschi, que se eleva majestuosa por encima de los tejados de Florencia. No hay duda de que el artista encontró inspiración en el panteón de Agripa y en Santa Sofía.
Inmóvil, iro el conjunto, formado también por el baptisterio de San Giovani y el campanario de Giotto. Un rayo de luz entra por ese hueco. Es mágico. En poco tiempo las cafeterías han abierto y los viajeros comienzan a llenar la plaza. En una de ellas me siento a desayunar. Termino deprisa porque tengo la hora para subir a la cúpula —está incluida en la Brunelleschi —. Son 463 escalones, empinados y estrechos en algunos tramos, pero el esfuerzo merece la pena. No solo por las vistas de Florencia, sino porque, un poco antes, puedes irar los frescos de la cúpula. Son apenas cinco minutos, pero los suficientes para tocar el cielo y sentirte cerca del Renacimiento. Y, del cielo, a las entrañas de la tierra. Bajo la cripta de la basílica están los restos de un templo anterior, la basílica paleocristiana de Santa Reparata, donde se pueden ver mosaicos con decoraciones geométricas y un pavo real, símbolo de la inmortalidad. Subo un escalón para visitar la basílica, con curiosidades como el cuadro de La divina comedia de Dante o el reloj de la catedral, que da la hora itálica —la hora 24 corresponde a la puesta de sol—.

- Vistas de la cúpula del Duomo desde el campanario de Giotto. -
- Olga Briasco
Al mirar la hora —de mi reloj— me doy cuenta de que llego tarde a la Galería Uffizi. Esto es lo más estresante de visitar Florencia, que hay que reservar con antelación las visitas y cuadrar los horarios —yo lo hice casi un mes antes—. Otros tienen los deberes mejor hechos que yo, pues se han impreso un mapa con las ubicaciones de las obras de arte más importantes. Hago una foto de ese mapa para no perderme nada en la Galería Uffizi. A cambio, les indico las ventanas desde las cuales tienen buenas vistas al puente Vecchio. Tras ver obras como La Virgen del jilguero de Rafael, La Anunciación de Leonardo da Vinci o Baco de Caravaggio voy cayendo en un idilio que alcanza su momento álgido al llegar a una sala y ver de frente El nacimiento de Venus de Botticelli. El equilibrio de las formas, el gesto enigmático de Venus, que emerge por el soplo del dios Eolo… Me quedo conectada con ese cuadro que ya me fascinó de adolescente.
Al salir, hago una parada en la cercana Piazza della Signoria. En las puertas del Palazzo Vecchio están las esculturas de Adán y Eva, Hércules y Caco, y una recreación bastante fiel del David. En una esquina se ubica la fuente de Neptuno, esculpida por Bartolomeo Ammannati y criticada por la blancura de su mármol. A mí me parece fantástica. Al lado, la Logia dei Lanzi, con esculturas como Perseo con la cabeza de Medusa de Benvenuto Cellini, y El rapto de las sabinas de Juan de Bolonia.
El día termina en la Piazzale Michelangelo. Para ello cojo un autobús (líneas 12 y 13), que me deja en la misma plaza. Al llegar, la ciudad a mis pies: el río Arno dividiendo la ciudad, el Duomo brillando al sol de la tarde, y las colinas de la Toscana como telón de fondo. También distingo la torre del Palazzo Vecchio. La gente disfruta en la cafetería, haciéndose fotos en el mirador y disfrutando del ambiente. De repente, una nube cubre el cielo y comienza a llover. Todos se resguardan y yo emprendo el camino de regreso.

- Fuente de Neptuno, en la Piazza della Signoria junto al Palazzo Vecchio. -
- Olga Briasco
El arte alimenta el alma, pero no el estómago. Y aquí hay un plato para los carnívoros: el bistec alla fiorentina, un corte de carne de ternera de raza chianina, autóctona de la Toscana, preparada en la brasa y poco hecha. Es jugosa, llena de sabor y a la que se le añade sal, pimienta y, al gusto, aceite de oliva virgen extra toscano. Para acompañarla, una copa de vino tinto. De vuelta por esas calles estrechas y empedradas es imposible no parar en una heladería y disfrutar de un buen gelato.
La belleza ante mis ojos
Florencia tiene tantos museos que hay que descartar alguno, especialmente cuando no se tienen tantos días como se desearía. La Galería de la Academia estaba entre mis imprescindibles, así que reservé a buena hora. Llego justa, y es una suerte, porque paso directa. Al entrar hay una antesala y, al girar, me encuentro con el David de Miguel Ángel de frente. La perfección me deja sin palabras. Es increíble cómo encontró el bloque de mármol de Carrara y lo cinceló a golpe de martillo hasta liberar la forma que ya estaba ahí, como él mismo decía de su trabajo. No empleó ningún molde de yeso y lo hizo perfecto. Doy vueltas a la escultura observando cada detalle. Sufro el síndrome de Stendhal. Incluso ninguna foto que hago me parece que honre a tal obra de arte. Y lo mejor de todo: la disfruto sin apenas gente.
Salgo de mi absorción y me doy cuenta de que al otro lado están Los esclavos de Miguel Ángel, cuatro esculturas que parecen custodiar la obra maestra del artista. Visito otras estancias y antes de irme vuelvo a irar el David un rato más.

- Basílica de Santa Croce -
- Olga Briasco
Al salir, me dirijo hacia el que se podría llamar panteón de los ilustres italianos, que no es otra que la basílica de Santa Croce. En ella están enterrados —o tienen cenotafios— Miguel Ángel, Galileo, Maquiavelo, Ghiberti, Rossini o Dante. En total, más de trescientas tumbas en honor a artistas de la época renacentista —la mayoría no los conozco—. La visita también merece la pena por los frescos de Giotto y tres esculturas monumentales de Donatello.
No puedo evitar volver a la plaza del Duomo. Está repleta de turistas y locales, aunque mucho menos de lo que me esperaba. Amenaza otra vez tormenta, pero quiero subir al campanario de Giotto, separado del edificio principal para evitar que este se vea afectado por las vibraciones de las campanas. Me pongo en la cola y enseguida comienzo a subir los 85 metros de altura que tiene la torre —se traducen en 441 escalones—. Las vistas son increíbles, con la cúpula de Brunelleschi casi al alcance de mi mano. Es una lástima que una parte esté en obras, pero también agradezco que no esté todo el Duomo con andamios. Comienza a llover, pero no me importa, porque quiero disfrutar de ese momento a solas. Reconozco que Florencia tiene su magia y esa esencia italiana que tanto me gusta, pero son sus tesoros los que me llevan a suspirar y tener el corazón palpitando como si estuviera enamorada.
Qué más hacer en Florencia
Iglesia de santa maría novella: Arquitectónicamente, es una de las iglesias góticas más importantes de la Toscana. Por fuera destaca por su fachada de mármol blanco y verde, diseñada por Alberti, y por dentro conserva frescos de Ghirlandaio y una de las obras más hipnóticas del Renacimiento, La Trinidad de Masaccio. Cerca de la iglesia se puede visitar la histórica farmacia de Santa María Novella, una de las boticas más antiguas del mundo (1221).
Jardines de Bóboli: Detrás del palacio Pitti está uno de los jardines italianos más importantes del mundo y, junto con los demás jardines y villas de los Médici en la Toscana, está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Pasear por sus avenidas, descubrir grutas, fuentes y lagos te lleva no solo a desconectar de la ciudad sino a recrear la historia de las tres dinastías reinantes que lo crearon y embellecieron: los Médici, los Lorena y los Saboya.
Guía práctica de Florencia
Cómo llegar: Ryanair vuela directo desde Valencia a Pisa. Después ahí se coge el tren hasta Florencia (el trayecto dura una hora). Consejo: Es importante organizar de antemano la visita y reservar las entradas de los museos que se quiera irar y del Duomo (yo cogí la Brunelleschi ). Web de interés: www.florence-museum.com y www.duomo.firenze.it.

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* Este artículo se publicó originalmente en el número 126 (mayo 2025) de la revista Plaza